Del hierro al cromo: historia del acero inoxidable
El acero inoxidable es uno de esos materiales que, pese a estar presente en casi todos los escenarios en los que desarrollamos nuestras rutinas, no nos damos cuenta de su vital importancia. Así, el acero inoxidable nos lo encontramos no sólo en las ollas como tanto marketing y anuncio nos ha hecho saber, sino también en elementos no tan comunes o apreciables pero que nos hacen la vida aún más sencilla: tales como en suelos antideslizantes, barandillas y abrazaderas, componentes de nuestro vehículo o en piezas “invisibles” pero vitales como las válvulas de acero inoxidable que permiten o impiden el paso de agua, gas y otras materias primas pero, ¿cómo se ha llegado a la obtención de este material del que España es uno de los mayores productores?
¿Qué es y cómo se obtiene el acero?
Antes de entrar en su apellido “inoxidable”, debemos comenzar por definir qué es el acero. Todos conocemos este material, y sabemos que resulta uno de los más útiles y prácticos para la producción industrial de todo lo que se nos antoje además de ofrecer unos acabados impecables, pero a la hora de profundizar en su naturaleza, pocos llegamos a entender con exactitud de dónde proviene.
El acero, a diferencia de otros metales, no procede de forma natural, sino que es producto de una aleación (mezcla) entre otros que sí lo son como el hierro, al que se le suma carbono en una cantidad no superior al 2%.
El acero por tanto, tiene en el hierro su más alto componente, y gracias a ser un material aleado, ofrece mayor dureza, tenacidad y resistencia mecánica que su ferroso componente, el cual se puede aún mejorar más con la adición de otros metales que le aporten mejores cualidades, como es el caso de la resistencia al óxido.
Cómo se convierte al acero en inoxidable
La técnica siderúrgica de la aleación surge ante la necesidad de mejorar las cualidades naturales de ciertos metales que responden de manera no adecuada a ciertas inclemencias como la de la oxidación.
Así, en el caso del acero, tal como le ocurre al hierro y debido a la alta cantidad de éste que contiene, su exposición continuada al oxígeno del aire o del agua produce un elevado desgaste denominado oxidación, estropeándolo y enmoheciéndolo con la aparición del óxido ferroso o “herrumbre”.
Para evitar este proceso natural, se acude a la aleación con cromo en la producción del acero, en una proporción no menor al 10,5%, ya que este elemento reacciona ante el oxígeno produciendo su propio óxido, en este caso “de cromo” y no ferroso, impidiendo que el oxígeno penetre en el acero descomponiéndolo.
Esta protección es posible ya que la reacción produce una capa pasiva, que incluso dañada mediante daño mecánico o químico (por ejemplo cuando lo exponemos a una llama de gas) se regenera automáticamente al contacto con el oxígeno sin producir desgaste alguno.
Historia del acero inoxidable
Una vez conocemos cómo se llega a obtener el acero inoxidable, abordaremos su historia, la cual, curiosamente tiene muchas similitudes con la invención de la penicilina.
¿Recordáis como Alexander Fleming descubrió la penicilina gracias a que observó de casualidad que en una placa olvidada entre sus experimentos, no se había producido el cultivo de bacterias? Pues algo parecido le ocurrió a Harry Brearley, inglés que al servicio del gobierno británico, experimentaba con distintas aleaciones que impidieran la oxidación del armamento: una preocupación común desde la Revolución Industrial pero que se recrudecía ante la inminente llegada de la I Guerra Mundial.
Así, en 1913 Brearley se encontraba constantemente mezclando metales en busca de aquel que fuera útil para la construcción de cañones de pistola resistentes e inoxidables, descartando en un lugar olvidado de su laboratorio todas las mezclas que no produjeran un resultado inmediato pensando que no hacía más que fracasar y fracasar a cada intento.
De esta forma, en un casual paseo entre las muestras descartadas, se pudo percatar que una en concreta, pese a haber pasado meses desde su realización y haber estado expuesta al oxígeno ambiental, no presentaba muestras de oxidación como las otras, repletas de herrumbre. Esa muestra, compuesta de hierro con un 0,24% de carbono y un 12,8% de cromo, supuso la primera aleación reconocida de acero inoxidable.