CRÍTICA A LA METAFÍSICA
Hume hará una dura crítica a todas las ideas de la metafísica y, sobre todo, al concepto de substancia en su triple vertiente: la extensa (mundo), la pensante (cogitans) y la infinita (Dios).
Las ideas de la metafísica no tienen su origen en ninguna impresión previa de la cual sea copia la idea y, por lo tanto, han de ser rechazadas como falsas. Veámoslo:
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Crítica a la idea de la existencia de una realidad exterior a nosotros
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¿Existe alguna realidad extramental que sea la causa directa e inmediata de las impresiones de nuestra mente?
Contestar esta pregunta equivaldría a poder salir de nuestra mente, lo cual es imposible. Cuando afirmamos que existe una realidad material exterior a nosotros damos un salto ilegítimo de las impresiones a una supuesta realidad exterior independiente de nuestro pensamiento. El límite de nuestro conocimiento son las impresiones; más allá de ellas no es lícito afirmar nada, sino adoptar una actitud sanamente escéptica:
» Por qué argumento puede demostrarse que las percepciones de la mente han de ser causadas por objetos externos distintos de ellas, aunque pareciéndose a ellas (si eso es posible), y no pueden surgir ni por la energía de la mente misma ni por la sugestión de algún espíritu invisible y desconocido, o por alguna otra causa que nos sea aún más desconocida? De hecho, se reconoce que muchas de estas percepciones, como en el caso de los sueños, la locura y otras enfermedades, no surgen de nada externo. Y nada puede ser más inexplicable que la manera en que el cuerpo debe operar sobre la mente para transmitir una imagen de sí misma a una substancia, que se supone de tan distinta, o incluso contraria, naturaleza.
Es una cuestión de hecho la de que, si las percepciones de los sentidos pueden ser producidas por objetos externos que se asemejan a ellas, ¿Cómo puede resolverse esta cuestión? Por experiencia, desde luego, como todas las demás cuestiones de semejante naturaleza. Pero, en este punto, la experiencia es y ha de ser totalmente silenciosa. La mente nunca tiene nada presente, sini las percepciones, y no puede alcanzar experiencia alguna de su conexión con los objetos. La suposición de semejante conexión, por tanto, cerece de fundamento en el razonamiento.»
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Crítica a la idea de Dios
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La inferencia causal tampoco puede demostrar la existencia de Dios, porque también aquí damos un paso ilegítimo pasando de una impresión a algo que no es objeto de impresión alguna.
El límite de nuestro conocimiento son las impresiones, y si alguna idea (la de Dios, en este caso) no se funda o tiene su origen en una impresión, hay que rechazarla como falsa.
Hume no era un ateo ni un agnóstico; simplemente cumplió radicalmente los principios del empirismo: La idea de Dios transgrede los límites de nuestro conocimiento. Sobre esta cuestión solo cabe la crencia y nunca la certeza racional.
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Crítica a la idea de «yo»
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Respecto a la substancia espiritual, cognoscente o «yo» ocurre lo mismo que con las examinadas anteriormente: no tenemos impresión alguna de ella, ya que si esto fuera así permaneceríamos invariables. No hay un sujeto distinto de sus actos , impresiones e ideas. No hay un «yo» recipiente que sea el substrato o soporte invariable de nuestros actos psíquicos. La identidad personal se forja a través de la memoria: gracias a ella se unifica nuestra existencia, ya que la memoria permite conectar en el tiempo la multiplicidad de impresiones que se suceden y que somos:
» No tenemos idea alguna del «yo» de la manera que aquí se ha explicado. En efecto, ¿de qué impresión podría derivarse esta idea? Es imposible contestar a esto sin llegar a una contradicción y a un absurdo manifiesto. Y sin embargo, ésta es una pregunta que habría necesariamente que contestar si lo que queremos es que la idea del yo sea clara e inteligible. Tiene que haber una impresión que de origen a cada idea real. Pero el yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a que se supone que nuestras distintas impresiones e ideas tienen referencia. Si hay alguna impresión que origine la idea del yo, esa impresión deberá seguir invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el yo existe de ese modo. Pero no existe ninguna impresión que sea constante e invariable.
Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden unas tras otras, y nunca existen todas al mismo tiempo. Luego la idea del yo no puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna otra. Y en consecuencia, no existe tal idea: En lo que a mi respecta, siempre que penetro más intimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra impresión particular, sea de calor o de frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí mismoen ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo, durante ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no pudiera pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la descomposición de mi cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado, de modo que no puedo concebir qué más haga falta para convertirme en una perfecta nada.»